La frontera de las cosas

¿Hay manera de escalar desde una idea compleja y realista de la materia hacia algún tipo de ética o política?, se pregunta Alejandro Galliano y escribe sobre los átomos y la sociedad.

Es habitual que las personas sientan apego afectivo, tradicional o racional por un objeto, más si es un objeto vivo como una planta, un perro o un hijo. En mi caso se trató de cierta culpa, un extraño sentido de correspondencia hacia una cosa con la que no tenía mayor compromiso que el tiempo que pasamos juntos. Hace un tiempo escribí sobre los objetos como una ecología más. El materialismo está de moda: DeLanda, Parikka, Bratton. Pero es un materialismo más preocupado por los algoritmos y la crisis climática que por la tabla periódica; y más ocupado en criticar al posmodernismo que en redondear una idea útil de materia. Me gustaría saber si hay manera de escalar desde una idea compleja y realista de la materia hacia algún tipo de ética o política. De los átomos a la sociedad.

«El zumbido estático de la no-identidad» es el término que usa Jane Bennett (la filósofa nortemericana, no el personaje de Orgullo y prejuicio) para nombrar la perturbadora existencia de objetos ajenos a nosotros, que no se reducen a su concepto, que parecen más allá de nuestro conocimiento y control. Históricamente ese límite a nuestro saber residía en lo Absoluto (por ejemplo, Dios). La filosofía moderna barrió con eso. Pero hoy encuentra esa exterioridad ininteligible en las cosas: la basura, la comida, las células madres, odradek. Objetos tenaces que, luego de años de teorías discursivas, siguen ahí: nos rodean, nos condicionan, nos formatean. Como el humo o mi bambú de la suerte.

os objetos de Bennett no son entes definidos sino interacciones mutuas que nos incluyen. Vivimos en un ensamblaje de cosas que actúan. Para convivir mejor, Bennett propone un «materialismo vital» que coquetea con ideas algo desprestigiadas, como el vitalismo o el antropomorfismo, como «primer paso hacia una nueva sensibilidad por las cosas»

 diferencia de otros materialistas, es consciente de que «la división ontológica entre personas y cosas debe mantenerse ya que, de lo contrario, uno carece de todo fundamento moral para privilegiar al hombre por sobre el germen, o para condenar la instrumentalización de los humanos». En todo caso su materialismo es una conciencia, una forma de atención… «Este nuevo tipo de atención a la materia y a sus poderes no resolverá el problema de la explotación o la opresión humanas, pero puede estimular una mayor conciencia acerca de hasta qué punto todos los cuerpos son parientes, en el sentido de que están inextricablemente inmersos en una densa red de relaciones». 

Y llegó la orangutana

En el fondo, el nuevo materialismo pide correr una frontera que está moviéndose hace rato. En diciembre de 2014 la Cámara de Casación Penal estableció que Sandra, una orangutana del zoológico de Buenos Aires, es «un sujeto no humano». En las audiencias de la causa, Ricardo Ferrari, antropólogo y amicus curiae,  dijo «…si usted está tratando con un programa y usted no puede decidir si es una persona o no, entonces es una persona. Entre el objeto y el sujeto hay una gradación del ser a la que no le estamos prestando la suficiente atención». Otros blandieron como antecedente a la abolición de la esclavitud. El colectivo urbanista m7red recordó las numerosas oportunidades en que la sociedad decidió establecer fronteras para los seres: desde la creación del Zoológico al fallido Ecoparque, desde la Conquista del Desierto a los Derechos de la Naturaleza de la Constitución ecuatoriana. Son fronteras espaciales pero también ontológicas porque deciden hasta qué punto algo es una cosa y a partir de qué punto deja de serlo. En ese sentido, el posmodernismo tiene razón: la materia también tiene que ser definida. A Sandra o al humedal hubo que humanizarlos al menos un poco para respetarlos. Pero siempre quedará algo no-humano más allá, interactuando con nosotros, forzando la frontera. El zumbido de las cosas persiste.

Durante las audiencias del caso Sandra, el técnico veterinario advirtió «…ojo con abrir la puerta de los derechos a los animales de producción y consumo, eso es la caja de Pandora». ¿A qué sociedad nos llevaría el nuevo materialismo? ¿A una en la que la camarera de un café tiene que servirle agua a nuestro pomeranio mientras del otro lado del río se quema todo? ¿A una que no se atreve a buscar gas ni litio mientras la economía agoniza? ¿A una que vende fetos y se implanta chips? Eso no se resolverá en una columna de opinión. En todo caso, podemos ser una sociedad consciente de que estamos enredados con las cosas y no sabemos de qué lado de la frontera vamos a terminar.