Basta de distopías, texto de Alejandro Galliano para eldiarioar.com

El mercado de distopías está saturado. A la plétora de ficciones y no ficciones sobre el tema que se apilan en Netflix y El Ateneo hay que sumarle cierta infección distópica de la imaginación. Según Google Trends, las búsquedas del término “distopía” en castellano se duplicaron en todo el mundo a partir de 2020… En ruso y en chino el término equivalente tuvo su pico de búsqueda durante 2018 y desde entonces descendió. Otro signo de que la fe occidental en el progreso está viajando hacia el Este. Esta inflación del distopismo corre el riesgo de vaciarlo de sentido.

Por un pensamiento antidistópico

En su largo y lúgubre libro, Claeys olvida que cada temor histórico fue conjurado a su debido tiempo: el universalismo cristiano incorporó a los bárbaros; el secularismo ilustrado disolvió a demonios y herejes; el constitucionalismo liberal atajó despotismos; y el sufragio universal y el bienestarismo contuvieron a las masas. A la distopía la vence la teoría… hasta la próxima distopía. 

¿Qué teoría necesitamos hoy? El análisis de redes existe como ciencia social desde los años ‘30 pero en las últimas décadas se enriqueció con el aporte heterogéneo de gente como Bruno Latour, Manuel DeLanda, Timothy Morton o los estudiosos de la obra de Alfred Whitehead y Gilbert Simondon. Todos ellos entienden a la sociedad como un conjunto de personas humanas y no humanas (algoritmos, bacterias, máquinas, humedales) que actúan ensamblados en redes que pueden formar una empresa, una pandemia, una ciudad, etc. En Argentina, el colectivo m7red diseñó en 2011 QPR, una plataforma online para relevar datos ambientales y sociales del Riachuelo y mapear a todas las redes que atraviesan su cuenca: el agua, los vecinos, los basurales, las villas, las fábricas y su contaminación, una filigrana de relaciones que escapa a Google Maps y a los 15 intendentes que gobiernan la zona. Nos tocaron, una vez más, tiempos interesantes que no se dejan gobernar ni entender por las instituciones e identidades tradicionales. Podemos llorarlos como “distopías” o encararlos con un pensamiento nuevo…